sábado, 30 de noviembre de 2013
Tú, vacío, tan lleno de silencio, que me dedicaste tu ausencia en el letargo del invierno, volviste para preguntarme si estaba sola y decidiste quedarte como compañero. Cómo dedicarte entonces las palabras justas que ilustren tu presencia si estas tan hueco, cómo mostrar tu existencia invisible, si a ojos ajenos eres solo el espacio entre el corazón y los huesos. Y si fueras solo el ardor mortal del tiempo sobre las manos de los vivos, o el despertar ahogado de las enésimas madrugadas y el sol henchido, déjame contemplarte por siempre en alto, tumbada sobre las colinas rojas de la muerte.
sábado, 5 de octubre de 2013
Hoy rememoro aquellos días en los que ni siquiera nos cogíamos de la mano. Allí estabas tu, tan entero, mirando tras el cristal de aquel tren. Si, y es que en mi opinión, entre esas vías comenzó nuestra historia. Una historia que tenía fecha y final asegurado aunque estuviera escrita con la caligrafía más hermosa y aunque las expresiones que la conformaran hayan sido las más intensas e insondables jamás escritas por el hombre. No pretendo hacer de esto una cascada de lágrimas por haberte perdido, si no una pequeña oda a todo lo que gané contigo y a todo lo que en ti me perdí.
Fuiste los días más soleados en invierno y las lluvias más fuertes en verano, pero fuiste y eso es todo lo que importa. Porque, la verdad, todo se veía más luminoso cuando caminábamos sin rumbo con el único fin de perdernos. El regreso a casa no importaba en absoluto si estábamos juntos.
¿No te acuerdas de todos aquellos colores? No puedo recordar aquellos tiempos sin darme cuenta de que las noches, aunque fueron muchas, dejaron de sentirse oscuras. Porque nos rodeaba la magia ¿te acuerdas? esa que ahora no soy capaz de revivir. Y es que nada es como entonces.
Debemos habernos hecho mayores, "André".
Fuiste los días más soleados en invierno y las lluvias más fuertes en verano, pero fuiste y eso es todo lo que importa. Porque, la verdad, todo se veía más luminoso cuando caminábamos sin rumbo con el único fin de perdernos. El regreso a casa no importaba en absoluto si estábamos juntos.
¿No te acuerdas de todos aquellos colores? No puedo recordar aquellos tiempos sin darme cuenta de que las noches, aunque fueron muchas, dejaron de sentirse oscuras. Porque nos rodeaba la magia ¿te acuerdas? esa que ahora no soy capaz de revivir. Y es que nada es como entonces.
Debemos habernos hecho mayores, "André".
martes, 6 de agosto de 2013
El Juego de la Muerte.
Piensas que puedo quererte, maldita sea, y yo me encojo repasando cada vestigio del amor que se rompió hace siglos. Acaricio con toda la dulzura que me permiten estas manos heladas por el frío de tu ausencia, el corazón ajado y malherido que nunca latió por tus miradas. Porque lleva una eternidad muerto de incertidumbre y el veneno deshizo la carne.
No es que creas que te amé, es que tus pupilas, como agujas, inyectaron el amor en la sangre a conciencia y te aseguraste de que mis ojos al fin brillaran con una chispa de vida al contemplarte.
Pero estoy muerta. Es algo que nunca llegaste a comprender cuando te esfumabas queriendo que doliera tu ausencia.
Me dejabas siempre la misma flor nacarada sobre las manos, nunca supe cual era su nombre, y te ibas mirándome fijamente como mira un hombre al animal que obedece temeroso del castigo. Y te ibas. Sin mediar palabra que yo pudiera respirar luego en el aire. Esas palabras tuyas que siempre podía evocar cuando solo quedaba en el ambiente tu aroma y el hueco vacío de tu ausencia.
Y te ibas y no volvías, y yo rememoraba esos ojos azules, como el río que surca los jardines de esta casa, con el desdén melancólico que caracteriza a los enamorados.
Hasta que volvías para asegurarte de avivar el recuerdo y deshacer de nuevo el alma con esas palabras que usabas, tan elegantes y tuyas, que hechizaban hasta a las flores.
Recuerdo entonces el día en que decidiste guardarme para siempre en la caja de cristal en la que ahora me hallo confinada. Tu voz me confesó entonces que nunca perecería como lo hacía la fugaz belleza de las flores... y así dejé que tus brazos helados me abrazaran, dejándome caer en el juego sucio y solitario de la muerte.
No es que creas que te amé, es que tus pupilas, como agujas, inyectaron el amor en la sangre a conciencia y te aseguraste de que mis ojos al fin brillaran con una chispa de vida al contemplarte.
Pero estoy muerta. Es algo que nunca llegaste a comprender cuando te esfumabas queriendo que doliera tu ausencia.
Me dejabas siempre la misma flor nacarada sobre las manos, nunca supe cual era su nombre, y te ibas mirándome fijamente como mira un hombre al animal que obedece temeroso del castigo. Y te ibas. Sin mediar palabra que yo pudiera respirar luego en el aire. Esas palabras tuyas que siempre podía evocar cuando solo quedaba en el ambiente tu aroma y el hueco vacío de tu ausencia.
Y te ibas y no volvías, y yo rememoraba esos ojos azules, como el río que surca los jardines de esta casa, con el desdén melancólico que caracteriza a los enamorados.
Hasta que volvías para asegurarte de avivar el recuerdo y deshacer de nuevo el alma con esas palabras que usabas, tan elegantes y tuyas, que hechizaban hasta a las flores.
Recuerdo entonces el día en que decidiste guardarme para siempre en la caja de cristal en la que ahora me hallo confinada. Tu voz me confesó entonces que nunca perecería como lo hacía la fugaz belleza de las flores... y así dejé que tus brazos helados me abrazaran, dejándome caer en el juego sucio y solitario de la muerte.
jueves, 1 de agosto de 2013
Armonía.
Dejad que mis letras os cuenten, pequeños, la grandeza del arte. Dejad que los ojos absorban cada melodiosa armonía que mis manos puedan escribiros, queridos, y permitid que las sensaciones os retuerzan el alma al contemplar la belleza sepulcral de la concordia.
Y en ese caso os deleitaré, si me lo permitís, con una íntima lección de existencia:
Decidme que no es puro el acto de cerrar los ojos y ver ciegos todo lo que no captan las pupilas. Y que nunca habéis alargado entonces la mano hacia ninguna parte, intentando reconciliaros con el viento en vano. Atreveos a exponer aquí que la vida no es hermosa, intrépidos ignorantes. Estúpidos vivos. Malditos muertos de indiferencia. El hastío no puede formar parte de este texto.
Venid, si os atrevéis a rebatirlo, a discutir si el agua no es magia sedienta de tierra estéril, o si la hierba no crece buscando la melodía del astro rojo y en su compás se quema y marchita. Vamos. Venid, escépticos, que negáis todo lo que no veis porque no veis más allá de lo que negáis, a discutir si no sopla el viento por enseñarle al cielo el constante paso de los hombres o si no suben las mareas porque están enamoradas de los montes e intentan llegar hasta sus faldas.
Reíos si os digo que las tormentas son solo el mal humor de la tierra pisoteada, que patalea con la lluvia todo lo que con los pies no puede. O si aventuro que los pájaros son solo proyecciones de la música en instrumentos vivos.
Todo existe porque nosotros lo creemos de tal manera.Venid ahora a discutirme si la vida no es más bella cuando se pinta sobre el lienzo de los ojos.
Y en ese caso os deleitaré, si me lo permitís, con una íntima lección de existencia:
Decidme que no es puro el acto de cerrar los ojos y ver ciegos todo lo que no captan las pupilas. Y que nunca habéis alargado entonces la mano hacia ninguna parte, intentando reconciliaros con el viento en vano. Atreveos a exponer aquí que la vida no es hermosa, intrépidos ignorantes. Estúpidos vivos. Malditos muertos de indiferencia. El hastío no puede formar parte de este texto.
Venid, si os atrevéis a rebatirlo, a discutir si el agua no es magia sedienta de tierra estéril, o si la hierba no crece buscando la melodía del astro rojo y en su compás se quema y marchita. Vamos. Venid, escépticos, que negáis todo lo que no veis porque no veis más allá de lo que negáis, a discutir si no sopla el viento por enseñarle al cielo el constante paso de los hombres o si no suben las mareas porque están enamoradas de los montes e intentan llegar hasta sus faldas.
Reíos si os digo que las tormentas son solo el mal humor de la tierra pisoteada, que patalea con la lluvia todo lo que con los pies no puede. O si aventuro que los pájaros son solo proyecciones de la música en instrumentos vivos.
Todo existe porque nosotros lo creemos de tal manera.Venid ahora a discutirme si la vida no es más bella cuando se pinta sobre el lienzo de los ojos.
jueves, 27 de junio de 2013
¿Sabéis lo complicado que es encontrar un título adecuado para algo como esto? Espero que os hagáis una idea.
Quizá es que encuentre orden en este despropósito de palabras condenadas al olvido. Quizá es que me fascine la calma de las letras reposando en el lugar correspondiente, con el único propósito de dar aliento y sangre al idioma. Puede que sea la paz que me transmiten al leerlas la que me envuelva en el conjunto de cuentos y relatos de esta lengua y que, como una bomba de oxígeno, me saquen del oscuro y hondo pozo sin aire de la vida.
Que sea el hálito de esperanza que exhalan ellas mismas al fundirse con los ojos de quien tiene el valor de imaginarlas.
Que sea el hálito de esperanza que exhalan ellas mismas al fundirse con los ojos de quien tiene el valor de imaginarlas.
El señor Bruce es de oro.
Puedes sentir como cada milímetro de tu piel se estremece, como el vello de los brazos hace ademán de cobrar vida propia y la columna vertebral se yergue hasta hacer que incluso duela el cuello. Respiras, por una vez, sintiendo como el aire entra en los pulmones y el pecho se llena plenamente de oxígeno. Estas vivo, estas completa y extasiadamente vivo cuando por fin ves como, tras las tantas horas de intensa espera, —que están a punto de cobrar sentido —el señor, jefe y amo de la música aparece ante tus ojos adueñándose por completo del escenario frente al que te encuentras. Su torrente de voz satura y hechiza tus sentidos sin que quieras hacer nada por evitarlo. No, al contrario, te sumerges en su ola que arrasa por completo el lugar del que se ha apoderado, y entonces la corriente de energía proveniente de absolutamente todas partes hace que levantes los brazos que habían estado muertos hasta ese preciso instante, y ruegues que prenda fuego con su armónica a las miles de personas congregadas allí para verlo. Entonces te das cuenta de que el oxígeno te sobra y podrías vivir para siempre de esa estampa.
En ese momento te sobrecoge la ineludible sensación de que todos los allí presentes son como el gas que espera que una llamarada lo encienda todo. Y te entregas a la explosión sin reparos.
Ahora cierra los ojos y relaja todos los músculos, todos excepto los puños, esos mantenlos apretados como si algo grande fuera a acabar contigo y quisieras morir con una pizca de dignidad.
Estas a punto de escuchar al Boss.
En ese momento te sobrecoge la ineludible sensación de que todos los allí presentes son como el gas que espera que una llamarada lo encienda todo. Y te entregas a la explosión sin reparos.
Ahora cierra los ojos y relaja todos los músculos, todos excepto los puños, esos mantenlos apretados como si algo grande fuera a acabar contigo y quisieras morir con una pizca de dignidad.
Estas a punto de escuchar al Boss.
martes, 19 de marzo de 2013
Ella.
Miró un momento sus manos trémulas, que casi no podían mantenerse quietas apoyadas férreamente contra sus muslos, agarrando la tela de los pantalones tejanos que llevaba puestos. Apretó la mandíbula con fuerza. Había vuelto a sucumbir a ella, a la única que conseguía hacer que se sintiera una muñeca de trapo, a la única que tenía acceso a sus sentimientos -y a su piel-, que conseguía destrozar su cordura y azotar su conciencia a merced.
Y es que a pesar de que fuera de volátil como el vapor y desapareciera en un liviano pestañeo, siempre volvía para asegurarse de que recordara. Para que el dolor por la ausencia no fuera demasiado, ni se quedara corto. Para arañar con sus uñas de arpía el recuerdo y el amor callado, cada vez que estuviera consiguiendo ahogarlo en el olvido.
lunes, 18 de marzo de 2013
Es como quien ama sin ser amado, o quien besa sin entregarse de lleno a los labios sedientos del contrario. Es como secar sin lágrimas los orbes desgastados o reír sin remedio cuando se produce ese roce desesperado.
Y entonces sucumbir a la caricia tan tierna y morir en su abrazo.
Como quien retrasa el contacto para que se desgaste la distancia y se acorte por pura inercia, como si el baile de miradas fuera en vano.
Como si no fuera a coger tu mano.
Y entonces sucumbir a la caricia tan tierna y morir en su abrazo.
Como quien retrasa el contacto para que se desgaste la distancia y se acorte por pura inercia, como si el baile de miradas fuera en vano.
Como si no fuera a coger tu mano.
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