Dejad que mis letras os cuenten, pequeños, la grandeza del arte. Dejad que los ojos absorban cada melodiosa armonía que mis manos puedan escribiros, queridos, y permitid que las sensaciones os retuerzan el alma al contemplar la belleza sepulcral de la concordia.
Y en ese caso os deleitaré, si me lo permitís, con una íntima lección de existencia:
Decidme que no es puro el acto de cerrar los ojos y ver ciegos todo lo que no captan las pupilas. Y que nunca habéis alargado entonces la mano hacia ninguna parte, intentando reconciliaros con el viento en vano. Atreveos a exponer aquí que la vida no es hermosa, intrépidos ignorantes. Estúpidos vivos. Malditos muertos de indiferencia. El hastío no puede formar parte de este texto.
Venid, si os atrevéis a rebatirlo, a discutir si el agua no es magia sedienta de tierra estéril, o si la hierba no crece buscando la melodía del astro rojo y en su compás se quema y marchita. Vamos. Venid, escépticos, que negáis todo lo que no veis porque no veis más allá de lo que negáis, a discutir si no sopla el viento por enseñarle al cielo el constante paso de los hombres o si no suben las mareas porque están enamoradas de los montes e intentan llegar hasta sus faldas.
Reíos si os digo que las tormentas son solo el mal humor de la tierra pisoteada, que patalea con la lluvia todo lo que con los pies no puede. O si aventuro que los pájaros son solo proyecciones de la música en instrumentos vivos.
Todo existe porque nosotros lo creemos de tal manera.Venid ahora a discutirme si la vida no es más bella cuando se pinta sobre el lienzo de los ojos.
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