martes, 6 de agosto de 2013

El Juego de la Muerte.

Piensas que puedo quererte, maldita sea, y yo me encojo repasando cada vestigio del amor que se rompió hace siglos. Acaricio con toda la dulzura que me permiten estas manos heladas por el frío de tu ausencia, el corazón ajado y malherido que nunca latió por tus miradas. Porque lleva una eternidad muerto de incertidumbre y el veneno deshizo la carne.
No es que creas que te amé, es que tus pupilas, como agujas, inyectaron el amor en la sangre a conciencia y te aseguraste de que mis ojos al fin brillaran con una chispa de vida al contemplarte.
Pero estoy muerta. Es algo que nunca llegaste a comprender cuando te esfumabas queriendo que doliera tu ausencia.
Me dejabas siempre la misma flor nacarada sobre las manos, nunca supe cual era su nombre, y te ibas mirándome fijamente como mira un hombre al animal que obedece temeroso del castigo. Y te ibas. Sin mediar palabra que yo pudiera respirar luego en el aire. Esas palabras tuyas que siempre podía evocar cuando solo quedaba en el ambiente tu aroma y el hueco vacío de tu ausencia.
Y te ibas y no volvías, y yo rememoraba esos ojos azules, como el río que surca los jardines de esta casa, con el desdén melancólico que caracteriza a los enamorados.
Hasta que volvías para asegurarte de avivar el recuerdo y deshacer de nuevo el alma con esas palabras que usabas, tan elegantes y tuyas, que hechizaban hasta a las flores.
Recuerdo entonces el día en que decidiste guardarme para siempre en la caja de cristal en la que ahora me hallo confinada. Tu voz me confesó entonces que  nunca perecería como lo hacía la fugaz belleza de las flores... y así dejé que tus brazos helados me abrazaran, dejándome caer en el juego sucio y solitario de la muerte.


1 comentario:

  1. Que bonito, que triste y que gran texto literario. Enhorabuena.

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