viernes, 2 de enero de 2015

Te quiero. Te quiero como se quiere a un hermano, como se quiere a un padre, a un amigo, o al amor de tu vida. Te quiero cada vez que te siento lejano. Cada vez que suspiro y en mi anhelo de ti se cuela el tiempo para dejarme sola y cansada. Te quiero cerca y a mi lado. Para poder mirarte a los ojos cuando la vida no sea suficiente motivo para seguir en pie, y me caiga, y no te encuentre al levantarme. Respiro porque no puedo verte si paro. Camino porque no volveré a rozarte si abandono. Y entonces se detiene el mundo en un destello lejano, allí donde el sol alumbra y el tiempo quema las voluntades de quedarse. Porque debemos irnos a donde siempre nos vamos. A donde se pierde la piel y el comienza el frío.
A donde van las almas a olvidarse.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

El dolor ni siquiera es real, solo un mero producto aislado y encajado perfectamente en su categoría más innata. En la zona más recóndita de la memoria donde habita una luz tan brillante como cegadora, allí donde la vida ya no es más que el mero pulular de los recuerdos llenos de rabia nuevamente concebida, se esconde tras los cristales de una ventana rota y de un cielo demasiado azul para su naturaleza. Bajo la sombra del árbol tan vivo que rasga los dedos de quien trate de acariciar sus hojas, y tan muerto que arranca las lágrimas de quien lo contempla ausente. Ni siquiera es real, pero se solidifica tras las pupilas, donde puede encontrarse a gusto. Y mata.

martes, 1 de julio de 2014

A LOS QUE VENDRÁN

Y en mi casa reinó el silencio horas, tantas horas que a todos se nos olvidaron las palabras y cuando intentábamos articular alguna nuestros labios se curvaban en una mueca indescifrable. Sin embargo no nos hicieron falta en ningún momento, ni siquiera miradas, para comprender el dolor de cada uno.
Nos habían arrancado un brazo, una pierna, los pulmones... nos habían quitado el aire, la voz, los labios y, de alguna forma: la memoria.
Era aquella memoria la que hacía aquello tan importante, al menos para mi, una niña que hizo de aquel lugar un santuario de todo lo que había sido espléndido. Porque podría contaros como el sol te quemaba la piel por las tardes y sería cierto, pero entonces nunca entenderíais por qué razón era feliz con las piernas destrozadas, la cara roja y la piel llena de polvo. Y tampoco entenderíais por qué razón lloraba al marcharme de aquel agujero en llamas. Así que dejad que os cuente que las tardes las pasábamos bajo el sauce enorme del parque de abajo, y el sol se filtraba tan sutilmente entre las ramas que nos quedábamos allí horas hasta que el calor cesaba y el asiento de las bicicletas, llenas de golpes y totalmente manchadas, por cierto, dejaba de abrasarnos el culo. Entonces pedaleábamos hasta donde aguantaban nuestras piernas. Muchas veces sin rumbo, otras incluso en círculos y otras deteniéndonos cuando creíamos que habíamos llegado al fin del mundo, que empezaba justo donde acababan las calles del pueblo.
Era un lugar pequeño, si, pero nunca nadie había marcado los límites de los niños, así que los tejados de las bodegas se convertían a menudo en bases ultra secretas preparadas para atacar ante la primera señal de amenaza enemiga, normalmente constituida por cualquier otro niño que no perteneciera a la pandilla. Otras veces el pueblo entero se convertía en un campo de batalla abierto y sin piedad para nadie, donde si te despistabas podías llevarte veinte globos de agua en la cara al mismo tiempo y el enfado no estaba permitido, solo si alguien se atrevía a usar la manguera desde la puerta del garaje y ponernos perdidos a todos.
Pero sin duda alguna, lo verdaderamente brillante de aquel lugar espléndido eran las puestas de sol. Si os soy sincera he intentado describirlas muchas veces y no creo haber sido capaz de hacerles honor en ningún momento. Las instrucciones para contemplarlas son tan sencillas como mirar al horizonte a las 10:00, quizá un poco antes, y  tratar de contar en voz alta los colores del cielo hasta que reine la luna y éste se vuelva demasiado oscuro para ver algo más que estrellas. Os puedo asegurar que no habréis visto nada parecido en mucho tiempo, quizá incluso nunca hayáis visto nada igual. O quizá hayan sido los ojos de una niña que ya no tiene labios, ni voz, ni brazos, ni piernas, ni pulmones, una niña pequeña, enclenque y demasiado tímida para cualquier cosa, que desde que se llenó de polvo y heridas en aquel pequeño lugar, hizo que las sonrisas grabaran con el fuego de las tardes cada detalle de su Castilla en la memoria.
Quizá nunca lo viváis con tanta intensidad como yo lo hice o quizá solo yo lo haya vivido así, pero espero que el sol ilumine vuestros veranos con tanta fuerza como lo hizo con los míos, y quizá así podáis amar a este lugar tanto como lo hicimos nosotros. Con el alma en las manos y el corazón entero.


Cuidadla.

domingo, 27 de abril de 2014

Noche.

Yo se que la tierra escucha los suspiros de los mansos y redime a los condenados y  pecadores, porque somos todos hijos del mar que en su regazo vive y descansa, siervos de un mismo final que nunca apuntará con el dedo esperando que caminemos en su busca y se cobija para vernos tras las ramas. Como un niño observa a su madre cantar mientras le abraza y rompe con las manos el tapiz de la existencia, para ser entonces volátil como el polvo de estrellas y caminar por los senderos de lo inexorable.

miércoles, 23 de abril de 2014

Ojos de leña.

Y siempre seré capaz de recordar la música, y la melodía, y también el número que correspondía a lo que ahora es tuyo. Y seguiré escuchando mis canciones para no llorar cuando no encuentre tus letras en la base de mis días, y así llegará la noche, las gotas y los cristales empapados de este agua enamorada de mi tierra y entonces, sin duda alguna, vendrá a mi memoria que tu has sido y serás siempre la primera lluvia tras las estrellas. Mi alma de nubes, ojos de leña.

viernes, 11 de abril de 2014

El escenario de tu ausencia

Aun recuerdo cuando el sol me daba la mano para no caerme y el mundo se reducía a cenizas, y recuerdo los destellos y las vibraciones, y al fondo del escenario las nubes y más allá el vacío. 

Y recuerdo también las curvas del trigo moviéndose suave, mecidas por el viento cálido y al abrigo del tiempo, mientras yo me acurrucaba en los anocheceres arrullada por el sonido constante de la tierra. Aun ahora me recuerdo sentada en el suelo sucio y árido mientras se ponía el sol, cuando ni cerrando los ojos los colores dejaban de bañarme el alma. Y es que aun tengo la impresión de que si bajo los párpados seguiré viendo esa gama que viajaba del naranja al violeta y que hoy continúa dejándome sin palabras. Cómo voy a olvidar el olor que se encontraba impregnado en cada piedra, y el sabor de las comidas familiares en aquel patio inclinado con aquella música horrenda de recién entrado el nuevo siglo, pero aun menos podré olvidar las sonrisas de aquel hombre de pelo blanco y mirada profunda, el hombre de agua y de tierra, de carbón y de amianto, el que siempre tenía algo que contar incluso aunque solo estuviera yo para escucharle. Le recuerdo sentado bajo la sombra de aquella sombrilla gastada, con las manos manchadas de aceite y hierro, y recuerdo sentarme a su lado mirando el cielo, y entonces el silencio, y los pájaros que ocuparon su asiento poco más tarde.

Y no me olvido de su figura, hecha de lágrimas entonces, y de amor, y de susurros callados, cuando se giró para regalarme una sonrisa y señalar el horizonte de nuevo, mientras se fundía con los colores del ocaso.

Aun recuerdo cuando el sol me daba la mano para no caerme y el mundo se reducía a cenizas, y recuerdo los destellos y las vibraciones, y al fondo del escenario las nubes y más allá el vacío.

lunes, 17 de febrero de 2014

Y es que una vez fuimos hermanos.

Y al cerrar los ojos y en la oscuridad atisbar tu sombra, dejaré que en la arista del sueño aparezca tu imagen para trazar la tangente hacia tus manos y que, ardiendo al sujetarlas, pronuncie tu nombre. O dibujar el alzado hasta tu mirada y, sin abrir los ojos, contemple el perfil de nuestras noches. Déjame así que lea tus poesías, siempre de caramelo agrio, y llore entonces con tus desdichas hasta saberme conocedora de tu alma.

Y es que una vez fuimos hermanos.
Lo fuimos.
Sin duda alguna.
Sin piedad alguna.
Con toda la violencia del amor a nuestro lado.