Yo se que la tierra escucha
los suspiros de los mansos y redime a los condenados y pecadores, porque somos todos hijos del mar que
en su regazo vive y descansa, siervos de un mismo final que nunca apuntará con
el dedo esperando que caminemos en su busca y se cobija para vernos tras las
ramas. Como un niño observa a su madre cantar mientras le abraza y rompe con
las manos el tapiz de la existencia, para ser entonces volátil como el polvo de
estrellas y caminar por los senderos de lo inexorable.
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