viernes, 11 de abril de 2014

El escenario de tu ausencia

Aun recuerdo cuando el sol me daba la mano para no caerme y el mundo se reducía a cenizas, y recuerdo los destellos y las vibraciones, y al fondo del escenario las nubes y más allá el vacío. 

Y recuerdo también las curvas del trigo moviéndose suave, mecidas por el viento cálido y al abrigo del tiempo, mientras yo me acurrucaba en los anocheceres arrullada por el sonido constante de la tierra. Aun ahora me recuerdo sentada en el suelo sucio y árido mientras se ponía el sol, cuando ni cerrando los ojos los colores dejaban de bañarme el alma. Y es que aun tengo la impresión de que si bajo los párpados seguiré viendo esa gama que viajaba del naranja al violeta y que hoy continúa dejándome sin palabras. Cómo voy a olvidar el olor que se encontraba impregnado en cada piedra, y el sabor de las comidas familiares en aquel patio inclinado con aquella música horrenda de recién entrado el nuevo siglo, pero aun menos podré olvidar las sonrisas de aquel hombre de pelo blanco y mirada profunda, el hombre de agua y de tierra, de carbón y de amianto, el que siempre tenía algo que contar incluso aunque solo estuviera yo para escucharle. Le recuerdo sentado bajo la sombra de aquella sombrilla gastada, con las manos manchadas de aceite y hierro, y recuerdo sentarme a su lado mirando el cielo, y entonces el silencio, y los pájaros que ocuparon su asiento poco más tarde.

Y no me olvido de su figura, hecha de lágrimas entonces, y de amor, y de susurros callados, cuando se giró para regalarme una sonrisa y señalar el horizonte de nuevo, mientras se fundía con los colores del ocaso.

Aun recuerdo cuando el sol me daba la mano para no caerme y el mundo se reducía a cenizas, y recuerdo los destellos y las vibraciones, y al fondo del escenario las nubes y más allá el vacío.

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