lunes, 4 de abril de 2011

Maldita sea ¡te quiero!



Me hago un ovillo en la esquina de mi cama, como queriendo que las paredes me engullan, he revuelto todas las sábanas y solo queda al alcance de la mano la manta que tantas noches ha llorado conmigo. La agarro con brusquedad y la estrello de nuevo contra el colchón, con el odio comprimido, con lo que será el maldito ardor del olvido, el horror de la incertidumbre y el olor de la camiseta que posiblemente haya dormido contigo, hoy odio todo lo que me rodea, hoy hago mella en mi destino, hoy me pertenece la vida que tanto ha jugado conmigo.

Escondo la cara entre las rodillas y dejo de nuevo libres las lágrimas, las malditas lágrimas que hacen siempre del muro de piedra, frágil escarcha de un lago derretido, por ese sol que no calienta, por esos rayos furtivos que se escapan de las rejas de la efímera existencia y brillan con la espléndida luz de algo vivo, porque estoy viva, porque sueño, porque recuerdo, porque me abandono por las noches al olvido, sé que no defraudaré al destino y pasaré por encima de sus vallas, surcando mi propio camino. Sin ti, o contigo.

2 comentarios:

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  2. Al atardecer de la primavera el cuerpo cansado se echó en tierra. El cielo pálido deseaba le acogiera como rumbo en su viaje hacia ninguna parte. Sólo el silencio imposible se anudaba a su garganta, oprimiendo y ahogando el pensamiento. Incapaz de servirle de ayuda ninguna palabra hallaba su destino, quizás el cielo, las nubes, la arena, palabras ahora inquietas y sin sentido pululaban ávidas por la mente.
    Cuando el tiempo dejó de ser material o innombrable o desaparecido se tumbó sobre ese nombre que daba sentido único a su desesperación: tierra, arena. El son del mar marcaba ritmos que aplacaban levemente la angustia.
    Abrió los ojos, quedó en paz con la mirada receptiva a los sonidos, el oído rozando el suave despertar de los sueños perdidos, de las caricias perdidas.
    Pero al cerrarlos comprendió que todo el azul del mundo encerraba todos los ritmos de los pensamientos: agua, cuerpo, ojos y cielo.
    Entonces fue cuando sobre sus labios se posó el perfecto olvido del tiempo.

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