Quizá es que encuentre orden en este despropósito de palabras condenadas al olvido. Quizá es que me fascine la calma de las letras reposando en el lugar correspondiente, con el único propósito de dar aliento y sangre al idioma. Puede que sea la paz que me transmiten al leerlas la que me envuelva en el conjunto de cuentos y relatos de esta lengua y que, como una bomba de oxígeno, me saquen del oscuro y hondo pozo sin aire de la vida.
Que sea el hálito de esperanza que exhalan ellas mismas al fundirse con los ojos de quien tiene el valor de imaginarlas.
jueves, 27 de junio de 2013
El señor Bruce es de oro.
Puedes sentir como cada milímetro de tu piel se estremece, como el vello de los brazos hace ademán de cobrar vida propia y la columna vertebral se yergue hasta hacer que incluso duela el cuello. Respiras, por una vez, sintiendo como el aire entra en los pulmones y el pecho se llena plenamente de oxígeno. Estas vivo, estas completa y extasiadamente vivo cuando por fin ves como, tras las tantas horas de intensa espera, —que están a punto de cobrar sentido —el señor, jefe y amo de la música aparece ante tus ojos adueñándose por completo del escenario frente al que te encuentras. Su torrente de voz satura y hechiza tus sentidos sin que quieras hacer nada por evitarlo. No, al contrario, te sumerges en su ola que arrasa por completo el lugar del que se ha apoderado, y entonces la corriente de energía proveniente de absolutamente todas partes hace que levantes los brazos que habían estado muertos hasta ese preciso instante, y ruegues que prenda fuego con su armónica a las miles de personas congregadas allí para verlo. Entonces te das cuenta de que el oxígeno te sobra y podrías vivir para siempre de esa estampa.
En ese momento te sobrecoge la ineludible sensación de que todos los allí presentes son como el gas que espera que una llamarada lo encienda todo. Y te entregas a la explosión sin reparos.
Ahora cierra los ojos y relaja todos los músculos, todos excepto los puños, esos mantenlos apretados como si algo grande fuera a acabar contigo y quisieras morir con una pizca de dignidad.
Estas a punto de escuchar al Boss.
En ese momento te sobrecoge la ineludible sensación de que todos los allí presentes son como el gas que espera que una llamarada lo encienda todo. Y te entregas a la explosión sin reparos.
Ahora cierra los ojos y relaja todos los músculos, todos excepto los puños, esos mantenlos apretados como si algo grande fuera a acabar contigo y quisieras morir con una pizca de dignidad.
Estas a punto de escuchar al Boss.
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