lunes, 28 de noviembre de 2011

Insensatos.


Miramos hacia el pasado y nos horrorizamos de nuestras propias obras. Miramos hacia el futuro y nos asusta lo que puedan ser nuestros actos.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Parte 1

-Eres increíble- Me decía mientras posaba la copa de cristal en la mesa con una calma pasmosa, el rayo de sol que se filtraba por una rendija de la ventana incidió directamente sobre ella y se dispersó por toda pared con el color rojo del vino que reposaba dentro.-Te las arreglas para que nadie se de cuenta de quien eres-.
La piel se me erizó como lo haría el pelo de un gato, y sentí un cosquilleo en la raíz del cabello, hubiera jurado que el flequillo, rizado por la lluvia de hacía unos minutos, se movía varios milímetros. Estaba empapada. Me quité las gafas y las sequé con la manga de la camisa que aun se mantenía seca. Estaban llenas de gotas.
-No se de qué hablas- Alcé la cabeza orgullosa, manteniendo fija la mirada en los ojos de la persona que me había dicho aquello.-Solo vengo a por los papeles que ordenó el Señor Svensen-. Me quedé observándole desde mi posición, clavada en el sitio, esperando cualquier movimiento sospechoso. Me di cuenta cuando llevé sigilosamente la mano al bolsillo de la chaqueta de que no se me había ocurrido coger el revolver esa mañana. Maldije para mis adentros.
-¿El señor Svensen te ha enviado aquí? No deberías relacionarte con ese tipo de gente- Se llevó una mano a la frente en señal de desaprobación, mientras tamborileaba con la base de la pluma sobre el escritorio. -Una chica tan dulce cómo tú no debería estar en este lugar-
Me fijé en los gemelos de su traje y llegué a distinguir lo que me parecía el sello de alguna casa o empresa, posiblemente un cuervo, era rojo, sobre un fondo negro, pero no estaba segura.
-¿Porqué no? Es solo trabajo- Fruncí el ceño. Me fijé en la austeridad de la sala, apenas una estantería, repleta de papeles aparentemente desordenados y archivadores cargados con lo que supuse sería información clasificada y confidencial, un pequeño armario acristalado a través del que se apreciaban varias botellas de vino, reserva del 89, constaté agudizando la vista. También destacaban en la habitación las grandes ventanas cubiertas por visillos de terciopelo rojo, entreabiertos, que dejaban pasar los tímidos rayos de sol que comenzaban a dejarse ver después de la tormenta que acababa de caerme encima. La mesa se situaba al fondo, cerca de ellas y justo en la zona del suelo, de madera, en la que terminaba una alfombra amplia estampada con lo que pudieran ser motivos árabes, sobre la que me encontraba yo. La pared estaba pintada, de mitad para arriba, de un color crema bastante deteriorado, la otra mitad estaba revestida de madera oscura, a juego con el suelo.
La luz artificial brillaba por su ausencia. No vi ningún interruptor o enchufe al que pudiera estar conectada una lámpara o cualquier tipo de aparato electrónico. Aquel sitio se me antojaba demasiado vintage para ser de finales del siglo XXII, incluso teniendo en cuenta la escasez de recursos después de la recién finalizada guerra mundial, la cuarta, para ser exactos. Había oído hablar de la tercera, por si no había sido suficiente catastrófica, ésta última había arrasado con lo poco que quedaba de decencia humana, destrozando gran parte de las ciudades que habían conseguido sobrevivir y prosperar en los últimos años y disminuyendo considerablemente la diversidad animal terrestre. Ahora solo quedaban escombros de lo que habían sido grandes edificios, algunas casas en reconstrucción, laboratorios dedicados a la elaboración de armas y tecnología punta a los que nadie tenía acceso que se  habían conservado intactos, y caos por todas partes. Los países se disputaban el honor e intentaban obtener prestigio a base de enfrentamientos armados entre las ciudades que aun quedaban en pie.
Al fin y al cabo, pensé, el lugar estaba hecho a prueba de algo como yo.

-Deberías marcharte- Canturreó con voz casi amable -Vuelve a casa y no salgas hasta que se calmen las cosas- Endureció la mirada y se levantó de la butaca de piel marrón, en la que se sentaba, suavemente. Retrocedí un paso de forma casi instintiva mientras él sonreía divertido al observar mi reacción. Provocaba en mí una sensación que no debería sentir: Miedo.

-Aun no me has dado los papeles que te pedí- Apreté los puños y permanecí quieta una vez más - Me iré en cuanto los tenga en la mano- Sabía que los necesitábamos, Svensen y yo no podíamos quedarnos más tiempo en la casa en la que vivíamos, llevábamos ya demasiado y empezaban a escasear los recursos por aquella zona, así que necesitábamos el permiso para marcharnos de la ciudad. 
Enrosqué su pelo entre mis dedos, entrelazando nuestras vidas, susurrando que le quería.
Apresé su sonrisa en mis pupilas, encerré su voz en mis oídos que no lo oían más que a él y me guardé su ira con la esperanza de ser solo yo la causa de sus quejas, pero ya no le sentía, ya no veía su tez pálida danzando por los pasillos de la alegría ni escuchaba la voz que competía con los ángeles. Se había ido, me había dejado solo la poesía.

jueves, 10 de noviembre de 2011

The text that I'll never give you.

Crecemos a medida que damos pasos en la vida, dejamos épocas en el pasado que no se repetirán y tomamos decisiones que no pueden ser reemplazadas, que no pueden remediarse. Porque nuestros actos tienen consecuencias que sacuden nuestras vidas, como lazos atascados en las aspas de un ventilador que nunca deja de girar. Tenemos pues dos opciones, luchar contra el viento que es el curso insondable de la vida, o amoldarnos al movimiento de sus aspas, enredarnos a conciencia en su juego enrevesado y consumirnos a medida que nos mantenemos surcando las corrientes, pero no podemos hacerlo girar hacia el lado contrario, no empeñarnos en ser lo que no somos o repetir la vida que dejamos atrás. Y nunca serás libre, no podrás huir porque te perseguirás tu mismo, te perseguirá la vida que has construido durante años. Estarán los días para recordarte a cada segundo quién eres, quien fuiste y estarán las horas para arrepentirte de haber rechazado lo que pudo haber sido tu eterna juventud. Ya que el amor siempre es joven, o eso dicen aquellos que han vivido eternamente.