jueves, 15 de noviembre de 2012

Su pelo eran golondrinas volando en todas direcciones, enredándose y aleteando alborotadas. Sus ojos seguían contemplando el mundo como si nunca dejaran de maravillarse con todas las cosas. Ese brillo de sus ojos azules, casi blancos, que hacían sombra al cielo.

sábado, 3 de noviembre de 2012

INOCENTES.


Sus pies descalzos, sucios de barro y polvo de la guerra, cayeron rendidos ante los pies del soldado.
-Mirad- Dijo mientras sacaba del pequeño bolso de sus pantalones raidos un botecito lleno de estrellas de colores.
-Mirad bien- El niño de no más de diez años elevó el recipiente de cristal hasta las rodillas del hombre, que miraba de reojo, impasible.
-¿Lo veis? Está rasgado- El pequeño, de tez oscura, sabe dios si por naturaleza o por manchada de odio, le miró a punto de romper a llorar.
-Vos lo habéis estropeado cuando entrasteis en mi casa y matasteis a mis padres- A duras penas y con la fuerza de sus palabras, la que ya no le quedaba en el cuerpo, se levantó sobre sus rodillas y le miró fijamente a los ojos.
-Pero no podréis romperlo nunca. Ni vos ni los demás señores de hielo-
El pequeño hombrecito miró el recipiente que tenía entre las manos. Todas las estrellas destelleaban emitiendo reflejos que iluminaban fugazmente su rostro.
-Porque son los juegos de los niños, señor, y su esperanza también-

Allí solo estaban ellos dos y el ruido tan callado que deja el silencio de las bombas.

-Pero no llore, comandante, le perdono. Todos le perdonamos- 

Solo se escuchó, por tanto, el susurro amargo del gatillo de un soldado arrebatando la vida ya incierta. Inocente. 

Al caer el alma al suelo, se estrelló el cristal contra el asfalto, rompiéndose ya del todo y desparramando sueños, ilusiones y esperanzas.
Tres palomas mensajeras llegaron entonces al lugar del crimen. Una con el sueño eterno, otra con lágrimas del futuro, y la última, posándose sobre el hombro del asesino, con susurros del pasado.

Allí solo estaban ellos dos. Y el ruido tan callado e impoluto que deja el sonido de la muerte. 

Go ahead.

Crecemos a medida que damos pasos en la vida, dejamos épocas en el pasado que no se repetirán y tomamos decisiones que no pueden ser reemplazadas, que no pueden remediarse. Porque nuestros actos tienen consecuencias que sacuden nuestras vidas, como lazos atascados en las aspas de un ventilador que nunca deja de girar. Tenemos pues dos opciones, luchar contra el viento que es el curso insondable de la vida, o amoldarnos al movimiento de sus aspas, enredarnos a conciencia en su juego enrevesado y consumirnos a medida que nos mantenemos surcando las corrientes, pero no podemos hacerlo girar hacia el lado contrario, no empeñarnos en ser lo que no somos o repetir la vida que dejamos atrás.